El Hilo del Destino
Damián Francis
Cada vez que inicia la primavera me lleno de regocijo y esto lo manifiesto de todas las formas posibles. Es que en la primavera de hace algunos años experimenté uno de los eventos más maravillosos de mi existencia. Para muchos el color rojo no se relaciona con esta estación, pero para mí, la primavera me hace pensar en el rojo y el rojo me recuerda la primavera.
Hace algunos años, en mi primera visita a Allentown, Pennsylvania, en compañía de unos amigos decidimos salir a pasear en los alrededores del hotel donde me hospedé por el fin de semana. Visitamos algunas plazas comerciales, contemplamos la naturaleza de aquel lugar hermoso que parecía un paraíso, nunca he estado en el paraíso, pero me imagino que es muy parecido a aquel lugar. Era un día propicio para caminar, ya que estaba soleado, pero el clima era fresco, lo que nos permitía caminar mucho sin sentir fatiga.
Después de visitar varios lugares por más de cinco horas, sentimos la necesidad de comer algo, uno de los amigos, quien vive en el pueblo, dijo que nos iba a llevar a comer la mejor hamburguesa del país, no sé si sería la mejor, pero sí la más deliciosa que yo he probado en toda mi vida y sobre todo porque allí tuve la oportunidad de conocer la persona que haría de la primavera mi estación favorita.
Cuando llegamos al restaurante buscamos una mesa para cuatro y de inmediato se acercó a nosotros una joven preciosa, muy amable de origen oriental y mirándome a los ojos, nos preguntó que cómo nos podía ayudar. Desde que vi esta mujer quedé hipnotizado, había un brillo resplandeciente en sus ojos que no podría describir con palabras, mi corazón empezó a palpitar de una forma inusual, mis manos comenzaron a sudar y se me hacía difícil articular las palabras. El amigo que nos llevó al lugar dijo que nos diera unos minutos para decidir lo que íbamos a ordenar, la joven nos respondió que no había problema.
Otro de mis amigos dijo:
-Parece que alguien está enamorado.
"Si fue por mí que lo dijiste, te aseguro que sí"-respondí.
Durante el proceso de mirar el menú por unos minutos y decidir con mis amigos lo que íbamos a ordenar, mi corazón comenzó a latir de manera normal. Esto sucedió hasta que la joven se nos acercó nuevamente. Entonces me aparecieron los mismos síntomas que sentí cuando la vi por primera vez y el amigo de la indirecta se quedó mirándome fijamente con una sonrisa parecida a las de las miss universo. la joven tomó la orden de cada uno de mis compañeros sin hacer contacto visual con ellos, cuando tomó la mía, no sé, percibí que sonreía, lo que me ponía más nervioso, ella procuraba mirarme fijamente cada vez que hablaba.
Cuando la chica se retiró, el amigo de la sonrisa de miss universo dijo:
-Parece que la muchacha está enamorada del enamorado.
Todos reímos al unísono por lo gracioso de la expresión de nuestro amigo. El compañero que vivía en el pueblo dijo:
-No está mal la mezcla de oriental con dominicano, suena interesante.
Después de unos minutos, la joven regresó con nuestra orden. Yo, al igual que mis compañeros, había ordenado una hamburguesa con papas y una soda de cola, claro, todos ordenamos lo mismo acatando la recomendación del amigo que conocía el lugar. En lo particular, me gustó todo del restaurante: el ambiente; la decoración; la música, cómo podría olvidar a "Rolling in the deep" de Adele, canción que sonaba en ese momento en el restaurante; también, me gustó la réplica de la estatua de la libertad a la entrada del lugar y sobre todo, aquella muchacha de origen oriental que nos atendió.
Después que finalizamos nuestras hamburguesas y de conversar por un rato, llamamos a la joven que nos sirvió y pedimos la cuenta, yo no sabía qué hacer ni decir, lo que sí estaba seguro era que debía decir algo a la joven, pero mi timidez y mis nervios no me permitieron decir otra cosa que no fuera "thank you for your service".
Ella nos respondió mirándome fijamente a los ojos:
-De nada.
Y con un guiño, nos pidió que regresemos pronto. Le respondí que sería más pronto de lo que ella imaginaba.
Era alrededor de las cuatro de la tarde cuando salimos del restaurante, mis amigos me acompañaron hasta la habitación de mi hotel que estaba justamente enfrente del restaurante. Me dijeron que si quería que me pasaran a buscar en la noche para ir a algún bar y tomarnos unos tragos, le respondí que no, porque me sentía agotado e iba a dormir temprano, pero que sería una buena idea para el día siguiente. En verdad no estaba tan cansado como les dije, pero tenía otro plan para esa noche.
Cuando mis amigos salieron de mi habitación, me recosté en la cama y cuando cerré mis ojos vi a la hermosa chica asiática del restaurante con su mirada resplandeciente y su sonrisa encantadora decirme con su dulce voz que regresemos pronto. Con dicha joven en mis pensamientos me quedé dormido por alrededor de hora y media.
Cuando desperté: me levanté, abrí las cortinas de la ventana y pude ver que estaba oscureciendo, me dirigí al baño para ducharme y salir hacia el restaurante para ver si era posible encontrar a la hermosa asiática e intentar decirle algo.
Después de ducharme, me vestí y me miré al espejo unas 7 veces para asegurarme que me veía bien y que no tenía legaña en los ojos ni nada en los dientes. Me dirigí al restaurante y traté de relajarme, pero me imaginé que sería imposible cuando la tuviera en frente. En varias ocasiones pensé regresar a la habitación del hotel e intentarlo al día siguiente, pero cerraba los ojos y veía a la chica de impresionante presencia con un guiño decirme que regresemos pronto, entonces me arrepentía y seguía adelante.
Cuando llegué al restaurante, mi corazón comenzó a latir del mismo modo que lo hacía en el momento que lo abandoné unas horas antes cuando fui a almorzar con mis amigos. Entré y de inmediato mis ojos empezaron a explorar hacia todas las direcciones en busca de la joven asiática de ojos resplandecientes y sonrisa encantadora. Mis ojos buscaron, buscaron y no la encontraron. En ese momento sentí desesperación y desilusión. Usando mi voz interna me reprochaba y me decía a mí mismo que era un tonto, que no debí quedarme dormido. Repetía en mi mente: ¿Por qué no regresaste de una vez?
Decidí sentarme, aunque en realidad no tenía hambre, mi hambre era de ver aquella joven que hizo que mi corazón latiera como nunca y que mi voz se tornara estropajosa.
Minutos después, escuché una melodiosa voz que me preguntó que cómo me podía ayudar. Levanté la cabeza y para mi sorpresa , mi corazón comenzó a latir rapidísimo al ver la persona que tenía en frente. Era mi chica asiática, preparada para partir, ya que había concluido su jornada de trabajo. Con su mirada más resplandeciente que nunca y mucho más bella que como lucía en la tarde. me dijo:
-Tardaste mucho. Mi nombre es Akane, gusto en conocerte.
-Yo, con mis manos sudorosas y temblorosas repliqué:
-Mi nombre es Samuel, un honor y un placer enorme en conocerte.
De inmediato le dije que quería invitarla a cenar y me dijo que sería otro día porque ya lo había hecho. Entonces le dije que la invitaba a tomar un trago y respondió que era abstemia. Me quedé pensativo un momento sin saber que decir y ella me propuso que salgamos a caminar por los alrededores y le respondí que era una buena idea.
comenzamos a conversar, ella mucho más extrovertida y locuaz que yo, rompió el hielo y me preguntó sobre mi procedencia y le repliqué que era dominicano, me sorprendió escuchar que no conocía la República Dominicana, por lo que tuve que decirle que somos un país ubicado en el caribe y que compartimos una isla con otro país llamado Haití. Para mantener la conversación, le pregunté sobre su procedencia y me respondió que había nacido en los Estados Unidos, pero que sus padres eran japoneses. También, me preguntó sobre el propósito de mi visita. Le repliqué que estaba de vacaciones en Nueva York y que varios amigos coincidimos juntarnos en Allentown por el fin de semana, le especifiqué que solo estaría en el pueblo por tres días.
-¿Dónde estás hospedado?- me preguntó.
"En el hotel que está justamente enfrente del restaurante". Le respondí.
luego me dijo que tenía frío y que quería tomar algo caliente.
-¿Qué te gustaría tomar?- le pregunté y ella me respondió que tenía deseos de tomar café. le pedí que eligiera el lugar porque ella sabía más que yo donde estaban los lugares en el pueblo.
Mi cuerpo sintió un calor indescriptible que empecé a sudar, a pesar de lo fría que estaba la noche cuando me dijo que vayamos a mi hotel a tomar el café. Con mi voz entrecortada le dije:
-Va... vamos. Confieso que quería teletransportarme.
Cuando llegamos al hotel, nos sentamos en el área donde sirven el desayuno y le serví del café 24/7 que el hotel tiene disponible para sus huéspedes. Le dije que iba a hacer una excepción de tomar café a esa hora. Ella me comentó que no tenía hora para tomar café. Charlamos alrededor de media hora y luego sujeté sus dos manos, las besé, una después la otra. Luego la miré fijamente y le confesé lo que sentía cuando ella estaba a mi lado. Ella me dijo que no permite que extraños se le acerquen, pero que en mi caso fue diferente. Me preguntó que si creía en el destino. Yo le respondí que no sabía si creía o no porque nunca había pensado al respecto.
Akane manifestó que sintió lo mismo que yo. según ella se debía al destino. Me explicó que todas las personas tienen una pareja ideal, la cual están atadas con un hilo rojo que en Japón le llaman el hilo rojo del destino. Me miró fijamente a los ojos y me dijo que cuando me vio en el restaurante, su corazón le dio la señal de que yo era esa persona, por eso fue que se comportó de esa manera cuando estaba a mi lado.
Akane me preguntó que si yo creía en lo que me acababa de explicar. Le repliqué que tenía lógica y me agradaba escucharlo. Volví a sujetar sus dos manos suavemente y a besarlas. En ese momento me sentí como en las nubes. La miré fijamente y me acerqué para besarla. Ella cerró sus ojos y se preparó para recibir mis labios que con ternura tocaron los suyos. No podía creer lo que estaba sucediendo. Solté sus manos y con mis dedos acaricié su pelo de seda. Luego le susurré al oído:
-Vamos a mi habitación.
-Vamos.-Me respondió con sus ojos cerrados aun.
Me puse de pie y sujetando su mano derecha, la ayudé a pararse. Nos dirigimos a mi habitación. En la trayectoria, mi corazón comenzó a latir mucho más fuerte. Cuando llegamos a nuestro destino, nos dimos un beso apasionado y nos miramos fijamente, de manera espontánea, como si tuviéramos conectados. Una sonrisa nos brotó del rostro. Tengo todavía grabada en mi memoria aquella sonrisa, ese rostro que dibuja un agujero en cada mejilla.
Akane me dijo que le gustaría permanecer así por la eternidad y yo le respondí con el tono de voz, como si fuera un secreto:
-Y yo, mi amor.
Después cerramos los ojos y nos besamos nuevamente, la apreté fuerte, la senté en la cama y desvestí sus pies, sentí el calorcito de ellos y los besé una y otra vez, la puse de pie nuevamente y comencé a desvestirla lentamente. Ella, a su vez, hacía lo mismo con mi camisa y mi camiseta. la senté en la cama otra vez y procedí a remover sus pantalones. Ella desabrochó mi correa y me ayudó a quitar los míos. Después la tendí sobre la cama, me acosté encima de ella y nos besamos apasionadamente. Me inspiró a besarla por completo: su cabello, su frente, sus ojos, sus mejillas, su cuello, su pecho, su vientre, sus manos, sus axilas, sus pies, sus piernas y permanecí en medio de ellas hasta que el volcán hizo erupción. Me fascinó convertirme en el pez que Juan Luis Guerra hace referencia en burbujas de amor. Luego decidí entrar a explorar su interior: dos, tres, cuatro... veces, hasta quedar agotado, tanto así que cuando desperté eran las 10:11 de la mañana, alguien tocaba la puerta de la habitación. Yo estaba desnudo y solo, Akane se había marchado, pero dejó una nota en la mesita de noche que decía:
Adiós mi pareja ideal. Espero que te haya gustado lo que vivimos anoche. te pido que nunca rompas el hilo rojo que nos une. No estaré en el restaurante hoy porque es mi día libre. Espero que nos volvamos a ver algún día y si no es así, sintámonos satisfechos porque al menos fuimos amantes.
Atentamente;
Akane
Me puse de pie, envolví mi toalla al cuerpo y abrí la puerta a mis amigos, quienes me pasaron a buscar para llevarme a conocer algunos lugares del pueblo. El día siguiente, el autobús que me llevaría de vuelta a Nueva York, me recogía temprano en la mañana y ya no vería más a mi Akane, aquella japonesa que había resultado ser mi pareja ideal y con quien estaría atado por el hilo rojo del destino.